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Revisión del 03:55 19 sep 2012
Cuestiones preliminares
El concepto de dignidad ha cobrado súbita importancia en los últimos 50 años. Es prácticamente central en cualquier discusión ética o jurídica. En los debates bioéticos es usual que a la larga alguien acabe invocando la dignidad para apoyar su propia postura o rechazar la del adversario. La dignidad, por tanto, es un terreno común sobre el que se puede discutir y desde el cual se pueden buscar soluciones justas y buenas para los dilemas que plantean los problemas bioéticos. Por dignidad se entiende algo así como excelencia o realce de algo. Si lo aplicamos a las personas, la dignidad indicará la excelencia de la persona frente a otros entes menos excelentes.
Historia del concepto
La historia de la dignidad debería tener en cuenta dos aspectos: por un lado lo que los filósofos han dicho de la dignidad, y por otro lado lo que la humanidad ha hecho con la dignidad. Aunque ambos aspectos van de la mano, aquí nos limitaremos al aspecto conceptual.
La noción de dignidad (no la palabra) está presente en la humanidad desde que el hombre es hombre. El carácter sacral de toda vida es algo presente en la práctica totalidad de las culturas. Pero en Grecia comenzó la reflexión sistemática sobre el hombre y su excelencia, nacida de la admiración, expresada en el famoso coro de Antígona, en las sentencias de Protágoras o las ideas de Demócrito. Así, mientras en Platón el hombre poseía una excelencia especial por poseer un alma inmortal, proveniente del mundo de los arquetipos, en Aristóteles la vida intelectiva del hombre era especialmente digna por poseer y resumir en sí las formas de vida anteriores (vegetal y sensitiva). Estas intuiciones fueron recogidas por pensadores romanos como Séneca (el hombre es una cosa sagrada para el hombre) y Cicerón. El estoicismo fue una de las escuelas filosóficas donde la dignidad humana cobró mayor conciencia.
En el judaísmo el hombre poseía una excelencia especial por ser imagen y semejanza de Dios, según la expresión Bíblica. Ya en el cristianismo, a lo anterior se añade que el hombre es la única criatura que Dios ha querido por sí misma. Además, a esto se añade una ampliación efectiva del concepto de dignidad a todos los seres humanos, puesto que la muerte de Cristo en la cruz por todos supone la supresión real de cualquier distinción radical entre seres humanos. Siguiendo esta estela de ideas, para San Agustín el hombre posee una excelencia especial por el destino eterno que le aguarda. Pero será Santo Tomás quien asociará la noción de dignidad a la de persona, indicando que la dignidad es una cualidad que reside en el ser de la persona. Ya en el Renacimiento, el conocido texto de Pico de la Mirándola, sobre la dignidad afirma que el hombre está por encima de los otros seres porque con su libertad decide lo que quiere ser. Kant, en fin, define la dignidad como lo opuesto a lo que tiene precio, considerando la dignidad de las personas como aquello que las hace ser fines en sí mismas y no meros medios.
En la tardomodernidad la excelencia del hombre se ve rebajada por autores como Nietzsche, y redescubierta en los especialmente oprimidos por autores como Marx. Ya en el Siglo XX, Heidegger, Sloterdijk y Habermas han entablado un debate diacrónico en torno a los conceptos de humanismo y dignidad, y su relación con las biotecnologías. En nuestro siglo el estructuralismo, que niega la noción de humanidad y de hombre, se encuentra con serios problemas a la hora de hablar de dignidad. Quizá como reacción surgió el personalismo, corriente filosófica convencida de la distinción radical entre las personas (quién) y las cosas (qué), y cómo las segundas están en función de las primeras.
Consideraciones sistemáticas.
La dignidad es, en primer lugar, una palabra que usamos con sentido: no es una palabra vacía de contenido, como pretendería una filosofía del lenguaje anclada en el neopositivismo de Carnap. Por otro lado, no es baladí notar que la “dignidad” es un sustantivo abstracto, carente de subsistencia propia por ser una cualidad (accidente) del ser, y que por tanto lo realmente existente son las personas dignas.
“Dignidad” proviene de la palabra latina dignitas, que tenía en muchas ocasiones el sentido de honor y estaba asociado frecuentemente a determinados roles sociales. Al parecer, la palabra también deriva de la raíz protoindoeuropea dek-, cuyo sentido es el de aceptar. El diccionario de la RAE asocia a la palabra dignidad las nociones de mérito y excelencia. Cuando hablamos de dignidad no siempre la aplicamos a las personas, puesto que hablamos de cosas dignas, de lugares dignos, de cargos dignos, etc. Si hubiera que buscar sinónimos a la dignidad cuando se aplica a las personas, éstos podrían ser sacralidad, indisponibilidad, inviolabilidad, intangibilidad, etc. Se denota con ello que la dignidad es algo absoluto, que no depende nada más que de ella misma.
Existen dos sentidos fundamentales de dignidad: la dignidad de lo que somos (dignidad ontológica) y la dignidad de lo que hacemos (dignidad moral). La dignidad de lo que somos, la dignidad ontológica, es el valor que toda persona tiene y el respeto que toda persona merece por el mero hecho de ser. En este sentido, todos los seres humanos son iguales en dignidad, nadie la puede otorgar ni suprimir, y no es susceptible de aumento o disminución. En este sentido, nadie es indigno. Sin embargo, según lo que vamos haciendo en la vida, nos comportamos confirmando o negando esta original dignidad, y en este segundo sentido el hombre se va haciendo más o menos digno según sus actos, dependiendo del reconocimiento de los demás, y siendo una dignidad susceptible de incremento o disminución. Es a lo que llamamos dignidad moral.
La mayor parte de especialistas en ética coinciden en la dignidad del ser humano, aunque se oyen propuestas de negar al ser humano su dignidad, el carácter inviolable de su vida, como es el caso del conocido bioeticista Peter Singer. Una cuestión ulterior es la cuestión del fundamento de la dignidad. La mayoría acepta que el ser humano merece un respeto especial (negarlo autoinvalida la pretensión de decir algo que merezca la atención y el “respeto” de los demás). Ahora bien, ¿por qué tenemos especial valor y merecemos respeto, independientemente de lo que hagamos con nuestra vida? La cuestión es la misma para todos los seres humanos, y no hay ninguna categoría especial de ser humano (anciano, enfermo terminal, embrión, discapacitado, obrero, extranjero, mujer, etc.) que requiera una fundamentación especial de su dignidad (quizá sí de la defensa de su dignidad cuando se ve cuestionada, pero no de su fundamentación)
La filosofía analítica o bien niega el sentido de la palabra dignidad, por tratarse de un sinsentido carente de referente empírico, o bien legitima su uso por entrar en un determinado juego de lenguaje sancionado por una forma de vida, sin ir más allá. La fenomenología, de modo similar, describe esencias, pero se despreocupa en general por la cuestión del fundamento (puesto que tal cuestión sería un elemento teórico “impuro” y debería estar ausente de toda auténtica descripción). El procedimentalismo, en el fondo y aunque no quiera reconocerlo, debe aceptar la dignidad como punto de partida y no como punto de llegada, puesto que para constituir la comunidad de diálogo se requiere que previamente reconozca al otro como interlocutor válido y esté dispuesto a escucharle (en otras palabras, que le respete su dignidad). La hermenéutica, en fin, también puede encontrar un fundamento de la excepcionalidad del hombre si cae en la cuenta de que el ser humano es el único ente que se autointerpreta, y esta autointerpretación que hace de sí mismo decide sobre lo que es.
En el fondo, los distintos filósofos que hemos visto de pasada continúan dando una fundamentación válida de la dignidad humana: el ser humano posee una dignidad porque está sobre todo cuanto le rodea (sea porque es la forma de vida más compleja de cuantas huellan la tierra, sea porque con la fuerza de su pensamiento se coloca en un lugar superior, sea porque con su voluntad libre escoge el camino que quiere recorrer en la vida). La persona es digna, como bien vio la escolástica clásica, por poseer una naturaleza superior, y en virtud de la cual el individuo no está sometido a la especie. Dignidad es excelencia y la naturaleza del hombre (su esencia en tanto que principio de operaciones) le concede una excelencia que no está presente en el resto de entes que nos rodean, aunque esta naturaleza tenga sus funciones de modo latente (como el embrión, el discapacitado o el que duerme). En este sentido, los relatos religiosos son un potente aliado en la defensa de la dignidad de las personas, cuando se afirma que el ser humano es el único ser vivo al que Dios ha querido por sí mismo, y en cuya vida se halla una imagen y semejanza suya.
Bibliografía
Diccionarios y enciclopedias:
· AAVV. Diccionario de Pensamiento Contemporáneo, San Pablo, 1997.
· AAVV. Nuevo diccionario de catequética, San Pablo, 1999.
· J. Casares, Diccionario Ideológico de la lengua española, Gustavo Gili, Barcelona 1994.
· J. Corominas y J. A. Pascual, Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico, Gredos, Madrid.
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· M. Moliner, Diccionario de uso del español, Gredos.
· L. Nieto, M. Alvar, Nuevo tesoro lexicográfico del español (S. XIV-1726), Arco/Libros.
Historia:
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· F. Pérez de Oliva, Diálogo de la dignidad del hombre.
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· Sto. Tomás de Aquino, Suma Teológica.
Monografías
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Artículos
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· J. Seifert, Dignidad humana: dimensiones y fuentes en la persona humana.
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