Valores

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Qué son los valores

Del Latín, valor­oris el concepto valor tiene múltiples acepciones recogidas en el diccionario de la Lengua de la RAE:

  1. Grado de utilidad o aptitud de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite.
  2. Cualidad de las cosas, en virtud de la cual se da por poseerlas cierta suma de dinero o equivalente.
  3. Alcance de la significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase.
  4. Cualidad de ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros, denotando osadía y hasta desvergüenza.
  5. Subsistencia y firmeza de algún acto.
  6. Fuerza, actividad, eficacia o virtud de las cosas para producir sus efectos.
  7. Rédito, fruto o producto de una hacienda, estado o empleo.
  8. Equivalencia de una cosa a otra (especialmente hablando de las monedas).
  9. Persona que posee o a la que se le atribuyen cualidades positivas para desarrollar una determinada actividad.
  10. Cualidad que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son estimables.
Sin los valores como referencia frente a la forma de actuar individual y hacia los demás, las relaciones humanas se debilitarían al no albergar criterios comunes para la vida en sociedad.

Los valores tienen polaridad en cuanto son positivos o negativos, y jerarquía en cuanto son superiores o inferiores. Ya de primeras se advierte que no puede hablarse estrictamente de valor, sino de valores, y que estos resultan múltiples y dispersos en su contenido y significado.

Es claro que si el sujeto se abre a la Verdad, a la Belleza y al Bien, no se sabe a qué más se puede abrir; pero por ahora no es este el sentir común; se ha perdido lo que poéticamente se podría denominar la memoria del corazón, e incluso el “valor” es empleado al margen de sus múltiples significados, como un sustitutivo menos comprometido de las exigencias mora les personales.

La modernidad ha querido incluir a la libertad como transcendental; así, ha pervertido su significado y ha llevado a la no distinción entre verdad, belleza y bien. Una libertad abstracta que se encuentra vacía y así nada puede construirse. Los valores son objetivos y se subjetivizan cuando representan un medio para llegar a un fin (en la mayoría de los casos caracterizados por un deseo personal).

Los valores en el ámbito filosófico

Los valores han estado presentes desde los inicios de la historia de la humanidad, pues para los hombres siempre han existido realidades radicalmente valiosas: la verdad, el bien, la belleza, la virtud, le felicidad. De modo explícito, el tema de los valores en el campo de la filosofía es relativamente reciente, siendo abordado por Nietzsche, Max Scheler, Weber, Rickert, Karol Wojtyla, entre otros.

Las distintas concepciones de los valores ocuparon la discusión filosófica por las obras de Nietzsche “Mas allá del bien y del mal”[1] y “Genealogía de la Moral”[2]. Su planteamiento consistía en la sustitución del concepto “valores tradicionales” o “valores eternos” por “valores vitales”, como consecuencia de su acepción dionisíaca de la vida.

A partir de estos hechos, las líneas de pensamiento en torno a la consideración axiológica ­y de modo muy resumido se concretan en tres corrientes que fundamentan la existencia de unos o de otros valores:

1.- La visión subjetivista y relativa, de dirección empirista y corte historicista, que considera que los valores no son reales, no valen por sí mismos, sino que son las personas quienes les otorgan un determinado valor, dependiendo del agrado o desagrado que producen. Los valores son subjetivos y lo son en función de la impronta personal con la que alguien se ve afectado.

Para la Escuela neokantiana de Baden: el valor es, ante todo, una idea; algo es valioso o deja de serlo dependiendo de los conceptos generales que comparten las personas.

Este relativismo de los valores ha tenido una de sus expresiones más influyentes en el historicismo de Dilthey; según esta corriente de pensamiento, no existe ninguna representación de valor, ni ninguna determinación desprendida del curso de la historia, porque “la historia misma es la fuerza productiva que engendra las determinaciones de valor, los ideales, los fines con que se mide el significado de hombres y de acontecimientos”.

Desde el subjetivismo, el valor reside en el deseo, surge por consenso y el tipo de valor es cambiante, diversificándose en diversas manifestaciones: positivismo, empirismo, materialismo, creacionismo.

2.-La interpretación realista, objetivista de acuerdo con una fundamentación ontológica. El valor de algo coincide con el bien que posee, que esencialmente es su ser. Valor y bien son una misma cosa: todo ser tiene su propio valor.

Se defiende el valor en las cosas mismas y a la persona corresponde descubrir el significado valioso que ese algo encierra. Partiendo esencialmente de este mismo supuesto, se llega a líneas de pensamiento diversas ­Max Scheler[3] y Nicolai Hartmann[4]­.

3.- Una interpretación realistasubjetivista que considera los valores como perfecciones que residen en el ser de las cosas y se captan de forma racional­emocional (Le Senne[5], Lavelle[6], Wojtyla, Ratzinger).

Pero no siempre puede establecerse una línea divisoria estricta entre escuelas. La escuela fenomenológica, desde una perspectiva idealista, considera que los valores son ideales y objetivos; valen independientemente de las cosas y de las estimaciones de las personas. Le Senne[5] eleva el tema al orden teológico interpretando la realidad en sí y su ser para el hombre al modo de Dios ­con nosotros. También la escuela neokantiana de Baden[7], a través de sus grandes pensadores, Windelband y Rickert, encuentra en el “a priori” de Kant un criterio para garantizar la dimensión objetiva del valor y de su relación con el hombre.

Si se analizara esta triple orientación desde “los valores” cabe plantearse si la filosofía no debería tener como cometido descubrir “los valores de validez universal”, pues de este modo se superaría todo tipo de relativismo y se facilitaría la convivencia.

Los valores humanos

Hablar de valores humanos significa aceptar al hombre como el supremo valor de todas las realidades humanas. Desde esta perspectiva, puesto que el valor se refiere siempre a una excelencia, para el teólogo Ratzinger, “los valores derivan su inviolabilidad del hecho de ser verdaderos y corresponder a las exigencias de la naturaleza humana”.

Son los ya citados transcendentales platónicos tomados, no en sentido abstracto, sino en concreto; valen por sí mismos y lo demás vale en referencia a ellos, de modo que se da al mismo tiempo relevancia a la Metafísica y a la Antropología. Lo Verdadero, lo Bueno y lo Bello se presentan de forma absoluta ­son objeto de contemplación­ y de forma relativa ­son objeto de uso. En su entrelazamiento se configura lo que Hegel llama “el espíritu absoluto”: Arte (belleza), Religión (bien), Filosofía (verdad).

No sería posible pronunciar la palabra “bien” si no hay un alguien para quien es un bien; ni existe “belleza” sin quien la contemple. La verdad produce ciencia, el bien lleva a la ética, la belleza conlleva cierto entretenimiento.

Pero Bien, Belleza y Verdad no son tres aspectos separados de la realidad: están siempre y están al mismo tiempo. Están ya y están entrelazados. Constituyen la geografía más completa de la realidad. De algún modo se intuye que no puede darse una belleza vacía, o una ética estrictamente pragmática. La práctica del valor desde estos referentes desarrolla la humanidad de la persona.

La esencia de lo que es valioso ­- como la contemplación-­ supone una especificación de la realidad, una excelencia que confiere riqueza, diversidad, perfección, capacidad de atracción, a la persona que sabe descubrirlos, encarnarlos y transmitirlos.

Visto así, los valores humanos no responden a la pregunta “y esto ¿para qué vale?”, ya que valen por sí mismos; contribuyen a la perfección de una determinada realidad. Ahora bien, por parte del sujeto, valorar significa ser capaz de percibir y de reconocer estableciendo una relación entre los valores que adornan una realidad. Esto no supone que los valores sean una relación, sino que la cualidad de valor descansa y se apoya en una relación: ens et bonum convertuntur.

Reconocer y respetar estas verdades, es ver al ser humano como sujeto portador de valores, y al valor como impulso permanente que dinamiza comportamientos, y da una determinada orientación a la conducta, al quehacer profesional, a la vida de cada persona y de cada grupo social. Se habla de valores humanos porque son guía para la vida personal, para los deseos de autorrealización como persona y como individuo perteneciente a la comunidad humana.

Jerarquía de valores

A lo largo de la historia toda persona, grupo o sociedad se ha planteado qué quiere ser y a dónde quiere llegar. Se ha querido enseñar a toda nueva generación esta cuestión y cómo lograrlo y transmitirlo ha imbuido a los hombres en la ciencia axiológica: vivir es saber elegir, es optar por unos valores u otros; la realización del hombre se encuentra cargada de valores; parte de lo que la persona es, para modificarla perfectamente y alcanzar lo que debe ser.

Se podría quizás defender una escala ideal de los valores de acuerdo con la estructura ontológica de la persona y de las necesidades que debe satisfacer. Pero esto es una utopía, pues la persona no es solo naturaleza, sino también cultura. No existe por ello una jerarquía universal; cada cultura, cada pueblo, cada persona, va elaborando la suya propia. Según la jerarquía establecida en base a la cual se actúa, se priorizan unas cosas y se desestiman otras­, se comprende con mayor o menor fortuna a una determinada persona:

  • A su estirpe.
  • A su generación.
  • A cada pueblo.
  • Y su momento histórico.

No sería fácil el proceso de valoración, pues están recubiertas por una compleja serie de condiciones intelectuales, afectivas, de formación, sociales. Optar por algo expresa creencias, intereses, convicciones, actitudes, juicios, etc.

Al elaborar la propia escala de valores se impone considerar la intemporalidad de los que son esenciales y no se deben obviar, tal como señala Scheler “es de la esencia de los valores morales considerarlos como desligados de los procesos de su aprehensión real, exigir su reconocimiento por parte de todos”. Pero ¿qué criterios evidencian lo que es valioso en sí y para quien lo valora?

Entre otras escalas, se puede considerar algunos de los parámetros que se exponen a continuación para determinar “el valor del valor”:

  1. Durabilidad: son permanentes y deben reflejarse en el curso de la vida (la vida misma, o la verdad); o son más permanentes en el tiempo que otros (la tolerancia es más fugaz que la justicia).
  2. Integralidad: cada valor es una abstracción íntegra, no divisible, de sí mismo (la vida humana es un valor desde la concepción hasta la muerte natural).
  3. Polaridad: al tener la posibilidad de presentarse en sentido positivo o negativo. Cada valor conlleva un contra valor (belleza/fealdad).
  4. Satisfacción o armonía interior: que genera en la persona la interiorización subjetiva de un determinado valor (servicio).
  5. Dinamismo: al transformarse según épocas y circunstancias (las aplicaciones de la justicia son distintas ahora que hace siglos).
  6. Aplicabilidad: en las distintas situaciones de la vida (flexibilidad).
  7. Trascendencia del ámbito concreto al dar sentido y significado a la vida humana.

Con respecto a la tipología de los valores, el pedagogo Marín Ibáñez diferencia seis grupos:

1) técnicos, económicos y utilitarios.

2) vitales (valores físicos y necesa rios para la salud).

3) estéticos (literarios, musicales, pictóricos).

4) intelectuales (humanísticos, científicos y técnicos).

5) morales (individuales y sociales).

6) trascendentales (cosmovisión, filosofía y religión).

En todo caso, sería importante considerar que un valor concreto no se daría aisladamente sino dentro de la compleja pluralidad que responde al planteamiento existencial del hombre y despejan las principales interrogantes de la vida: ¿qué tipo de persona se quiere ser?, ¿cuáles son los ideales?, ¿cuál es el sentido propio de la vida? La carencia de una jerarquización clara, sentida y aceptada, instala una indefinición y un vacío existencial que deja a merced de criterios y pautas ajenas. Filósofos y sociólogos subrayan la crisis o carencia de valores en la sociedad actual. Cuando los miembros de una sociedad se desvalorizan individualmente, esto se refleja en la colectividad.

La correcta consideración de los valores es, en definitiva, el proceso de perfección y expresión de la talla moral del individuo. Se concretan en la conducta, en las actitudes y, en último término, en los hábitos. Las virtudes humanas manifiestan lo mejor del hombre: son el perfeccionamiento libre y radical de la persona desde sí misma. El perfeccionamiento humano consiste en el desarrollo armónico de las virtudes –se puede identificar con la madurez; es lo que hace al hombre cada vez más valioso, por eso las virtudes humanas se identifican con los verdaderos valores independientemente de que el sujeto las considere o no. Cuando la persona las aprecia personalmente se convierten en valores para ella.

En el ámbito bioético, en tanto que incide el actuar humano en el reino de la vida, no habría que buscar nuevos principios y valores a los dilemas inesperados que surjan, sino que se aplicaría de modo nuevo los principios generales y los valores inalienables.

Texto de referencia

  • Tomás y Garrido, Mª Consuelo, Tomás y Garrido, Gloria Mª (Mayo 2012). «Voz:Valores». Simón Vázquez, Carlos, ed. Nuevo Diccionario de Bióetica (2 edición) (Monte Carmelo). ISBN 978-84-8353-475-5.

Bibliografía

  • Reich, Warren (1978). Enciclopedia of Bioethics I. Nueva York. ISBN 9780029261804. 
  • Nietzsche, Friedrich (1886). Más allá del bien y del mal. Preludio de una filosofía del futuro. (Jenseits von Gut und Böse. Vorspiel einer Philosophie der Zukunft) (en alemán). Alemania: Leipzig. 
  • Nietzsche, Friedrich (1887). La genealogía de la moral (Zur Genealogie der Moral) (en alemán). Alemania: Leipzig. 
  • Polo, Leonardo (1996). Ética: Hacia una versión moderna de los temas clásicos. Madrid: Aedos. ISBN 8472093182. 
  • Ratzinger, Joseph (2000). Verdad, valores, poder. Madrid: Rialp. ISSN 0120-8942. 
  • Burgos, JM (1995). La inte­ligencia ética. La propuesta da Jacques Maritain. Peter Lang. ISBN 390675426X. 
  • Escámez Sánchez, J.; Ortega Ruíz, P. (1986). La enseñanza de virtudes y valores. Nau Libres. 
  • Marías, Julian (1997). Persona. Madrid: Alianza. 
  • Melendo, Tomás (1999). Las Dimensiones de la Persona. Madrid: Palabra. p. 174. ISBN 8482393391. 
  • Séller, M. (2001). Ética. Nuevo ensa­yo de fundamentación de un personalismo ético. Madrid: Caparrós. ISBN 84-87943-88-8. 
  • Villapalos, Gustavo (1998). El libro de los valores. Barcelona: Planeta. ISBN 8408019007. 

Referencias

  1. Wilhelm Nietzsche‎, Friedrich (1886). Más allá del bien y del mal (en alemán). Lelpzig. Consultado el 23 de abril de 2020. 
  2. Nietzsche, Friedrich (1887). La Genealogía de la Moral (en alemán). Lelpzig. Consultado el 23 de abril de 2020. 
  3. Scheler, Max. El formalismo en la ética y la ética material de los valores. Madrid: Caparrós. 
  4. Hartmann, Nicolai (Reeditado en 1986). Ontología IV. Filosofía de la naturaleza. Fondo de Cultura Económica. 
  5. 5,0 5,1 Le Senne, René (1973). Tratado de moral general. Gredos. 
  6. Lavelle, Louis (1954). Acerca del ser (Del francés por Laura Palma Villareal, trad.). Sudamericana. 
  7. «Neokantismo».