Diferencias hombre y animal

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El diferente estatuto jurídico de hombres y animales es consecuencia de su diferente estatuto ontológico.

  • El ser humano está revestido de dignidad, lo que exige el reconocimiento de unos derechos que aseguren una vida digna.
  • El animal carece de dignidad, pero debe ser objeto de protección por el Derecho, aunque no se le reconozcan derechos.

Un acercamiento a la diferencia desde la prehistoria

Charles Darwin Nacimiento: 12 de febrero de 1809, The Mount House, Shrewsbury, Reino Unido. Fallecimiento: 19 de abril de 1882, Home of Charles Darwin - Down House, Downe, Reino Unido.

El distinto modo de ser del hombre y de los animales es puesto de relieve por los paleoantropólogos, que concuerdan en la temprana diferenciación a partir de los ancestros y que se acentúa con la aparición de homo sapiens. La simple observación empírica muestra un salto cualitativo en la naturaleza o modo de ser del hombre moderno que abre un abismo entre éste y los animales. Este salto cualitativo es el que permite al hombre no sólo saber, sino valorar lo que sabe, transmitir conocimiento abstracto y aprender de los demás, realizar proyectos de vida –a largo plazo- y ejecutarlos, elegir entre las opciones de obrar valorando las consecuencias, sacrificarse por los demás sin hacerlo de modo instintivo, distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, plantearse la existencia de un más allá, etc.[1]

Los seguidores del evolucionismo materialista apuestan por la simple evolución gradual de la materia como causa de ese salto y descartan una posible causa externa, pero no pueden justificar científicamente por qué el cambio se aprecia en el humano moderno y no en sus ancestros, y mucho menos en los animales[2]. Wallace rechazó que todas estas capacidades propiamente humanas pudieran aparecer por simple evolución de la materia y descartó que un cambio tan espectacular fuera resultado de una lenta evolución gradual, apuntando a una causa sobrenatural.

Darwin, sin embargo, sostuvo que eran resultado de un simple y largo proceso evolutivo[3], hipótesis compartida por los seguidores que descartan saltos cualitativos en la naturaleza humana por causas externas. Para los seguidores de Darwin, entre los humanos y el chimpancé, animal con mayor parecido genético, no hay diferencia de cerebro, sino de su grado de desarrollo, sólo que en un momento el cerebro del chimpancé se estancó y desde entonces no ha experimentado desarrollo alguno, mientras que los humanos seguirían lentamente experimentando un desarrollo cerebral progresivo.

David Premack afirma, sin embargo, que sí se produjo una auténtica discontinuidad entre el primer ancestro y los grandes primates no humanos, un verdadero salto cualitativo, y que debieron producirse otros saltos posteriores que han distanciado aún mása los humanos de los primates[4].

Si bien se puede admitir solamente una diferencia gradual entre el chimpancé, el ardipiteco y el australopiteco, la aparición de homo habilis y rudolfensis supuso un salto cualitativo, apreciable en el pensamiento abstracto y la proyección de futuro. Hacer y portar herramientas líticas sofisticadas para utilizarlas en cualquier momento, como hicieron habilis y rudolfensis, no se había hecho hasta ese momento, y ningún animal lo hace en la actualidad.

Del mismo modo, se puede admitir una diferencia tan sólo gradual entre las sucesivas especies humanas, incluidos los primeros sapiens si se quiere. Aún faltan datos para valorar si los primeros sapiens, de los que se sabe muy poco, dieron el salto cualitativo definitivo que se caracterizan en la actualidad, pero no cabe duda de que en algún momento –ya fuera desde su origen o más adelante- dio un salto espectacular en sus capacidades que lo distanciaron de todos sus ancestros y de cualquier otro animal de entonces y de los actuales.

La pintura rupestre fue la demostración definitiva de que durante la Prehistoria el hombre encontró el modo de expresarse a través del arte.[5]

No es posible decir lo mismo de neandertal porque con su extinción desapareció la posibilidad de contrastar hasta dónde pudo llegar. Su desarrollo intelectual fue inferior al de sapiens, pero aun así alcanzó un grado considerable[6]. Talló piedras de su entorno y se alejó para buscar otras más apropiadas para sus armas, se organizó socialmente, cuidó de sus heridos, practicó enterramientos, fabricó ornamentos personales, pudo tener un lenguaje más o menos desarrollado para comunicarse con sus congéneres y, en fechas recientes, se han descubierto evidencias de que cultivaron el arte de forma muy elemental (manos pintadas en negativo y líneas y puntos en el interior de las cuevas que habitaron). Se ha apuntado que llegó, incluso, a conocer el uso medicinal de algunas plantas, a las que pudo recurrir como remedio para tratar sus dolencias[7].

Todo ello lleva a suponer que el neandertal tuvo en aquella etapa prehistórica una capacidad racional e intelectual similar a la del sapiens, muy superior a la de cualquier animal, pero sobre la que no se puede hacer más apreciaciones que las que permiten sus fósiles y su legado, pues se extinguió hace miles de años.

El hombre y los animales en la actualidad

Son numerosos los autores que reivindican el reconocimiento de la dignidad y derechos a los animales, en especial para los grandes primates7[8]. Esto sólo podría hacerse si se parte de una absoluta redefinición de la persona, de la dignidad y del Derecho. En las fuentes originarias se puede comprobar que la primera apelación histórica a la dignitas (como cualidad del ser humano) en el campo jurídico se hizo en el siglo II con la intención de reclamar un trato humano para los esclavos, de modo que, aunque el Derecho no les reconociera personalidad jurídica ni derechos, sí les reconocía un estatuto jurídico distinto al de los animales en razón de su humanidad: eran seres con dignidad[9].

Este primer reconocimiento no les libró de la esclavitud, pero sí de su cosificación y, en parte, del trato degradante a manos de sus dueños. El reconocimiento jurídico de la dignidad se abrió paso muy lentamente con el transcurso del tiempo hasta su admisión universal en el siglo XVIII y su posterior aceptación como fundamento de los derechos humanos en el siglo XX[10]. En el fondo de este reconocimiento siempre estuvo la idea de la racionalidad y la libertad natural que diferenciaba al ser humano de cualquier otro ser, correspondiéndole un estatuto jurídico distinto en razón de su estatuto ontológico. A la necesidad de reconocer y proteger la dignidad.

Es durante el proceso evolutivo de la encefalización cuando se desarrolla la inteligencia racional y a la evolución biológica se añade la evolución cultural.[11]

Los filósofos griegos y primeros pensadores romanos se fijaron en la racionalidad y libertad natural exclusivas del ser humano para defender una superioridad ontológica sobre los animales que terminaría por reconocerse como dignidad.

En cambio, los primeros autores cristianos que profundizaron en esta cuestión invirtieron los términos al sostener que la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios lo dotaba de una dignidad inexistente en cualquier otra criatura, y esa dignidad originaria exigía que fuera creado con racionalidad y libertad. Es decir, el hombre no era digno por tener racionalidad y libertad, sino que tenía tales cualidades por haber sido creado con dignidad[9].

De igual modo, la titularidad de derechos aparece en las primeras y sucesivas fuentes jurídicas como exclusiva del ser humano, ya que, por su racionalidad y libertad, sólo él era capaz de comprender las situaciones vitales, hacerse cargo de sus implicaciones y actuar con libertad y responsabilidad. Y aparece de forma reiterada ya en las fuentes medievales que los animales debían ser protegidos por el Derecho, pero no ser titulares de derechos porque carecían de racionalidad y libertad, y, por lo tanto, de responsabilidad[9].

Hoy, diversas corrientes, aun admitiendo que el animal carece de cualidades para hacerse cargo de sí mismo y de las consecuencias de sus acciones, reivindican derechos para ellos derechos con argumentos como la similitud de algunas de sus capacidades y la gran coincidencia genética.

Aun siendo cierta la escasa diferencia genética entre el hombre y el chimpancé (apenas un 2%), responde N. Jouve que esa simple diferencia del 2% supone 63.5 millones de diferencias puntuales (el ADN tiene unos 3.175 millones de pares de bases nucleotídicas), diferencias que abren en la práctica un abismo entre uno y otro[11].

Los que más se aproximan en capacidades son el chimpancé, el gorila y el orangután, pero están a años luz de las capacidades humanas. Es cierto que otros animales pueden:

  • Aprender de forma limitada por sí mismos o de los demás.
  • Transmitir algunos conocimientos.
  • Tener una relativa vida social.
  • Cuidar en cierta medida de sus congéneres.
  • Tener algún presentimiento de su muerte.
  • Utilizar algún tipo de herramientas.
  • Manifestar emociones, etc.

Pero no hay especie animal que reúna todas estas y otras muchas capacidades que sí se advierten en el ser humano.

Quienes se empeñan en situar al animal y al ser humano en un mismo plano del ser en razón de que poseen algunas de esas capacidades, soslayan que los primeros las tienen de forma parcial y que ninguno alcanza el grado en que se presentan en el ser humano. La clave está en su modo de ser, en la compleja racionalidad y libertad, cualidades que se manifiestan en capacidades concretas que le permiten hacerse cargo de su vida en el entorno en el que convive junto a los demás, algo fuera del alcance de cualquier otro animal conocido. Cuándo y cómo aparecieron y se desarrollaron estas cualidades y capacidades que nos diferencian de los animales son cuestiones difíciles de responder[12]. Pero lo cierto es que sólo las personas las tienen en un grado tan cualificado que los vuelve distintos de los animales en el modo de ser.

Consciencia y autoconsciencia

La consciencia, el saber qué somos y quiénes somos, es propia del hombre.

Como afirma Arsuaga, “los animales tienen –además de sensibilidad- deseos y conocimiento, pues saben y quieren, pero no parecen capaces de analizar sus propios deseos y conocimiento: no saben lo que saben ni tampoco saben lo que quieren, porque les falta el tercer ojo, el que mira para adentro. La consciencia humana se dirige también hacia sí misma, y así somos conscientes de tener consciencia[13].

La incapacidad del animal alcanza no sólo al conocimiento de su interior, sino al reconocimiento externo de sí mismo. Sólo los grandes primates, con una mínima consciencia, se reconocen a sí mismos ante un espejo, mientras que el niño comienza a reconocerse alrededor de los 18 meses de edad16. La autoconsciencia nos permite reconocernos interiormente y valorar lo que sucede en nuestro interior, ser conscientes de nuestros sentimientos y emociones y valorarlas. Por supuesto que los animales con un sistema nervioso central pueden sentir y manifestar emociones (estrés, alegría, sufrimiento, dolor, etc.), pero no valorarlas ni controlarlas, aunque aparezcan cada día más estudios sobre la similitud entre las emociones de animales y las humanas, fruto de una proyección del modo de sentir humano en las conductas de los animales17.


EN ELABORACIÓN

  1. Díez Fernández Lomana, J.C.; Rodríguez Marcos, J.A. (2009). «Las raíces de nuestra historia. De Atapuerca al Neolítico, Temas y Figuras de Nuestra Historia.». CajaCirculo (23). ISBN 978-84-89805-29-3. Consultado el 17 de octubre de 2022. 
  2. Gonzalo Sanz, Luis María (2007). ENIGMAS EN LA EVOLUCION : DEL HOMBRE ANIMAL AL HOMBRE RACIONAL (en castellno). Madrid: Biblioteca Nueva. p. 176. ISBN 9788497426435. Consultado el 17 de octubre de 2022. 
  3. «Teoría del equilibrio puntual». 
  4. Arsuaga, Juan Luis; Martín-Loeches, Manuel (2014). El sello indeleble. Pasado, presente y futuro del ser humano.. Random House Mondadori. p. 424. ISBN 8490328013. Consultado el 17 de octubre de 2022. 
  5. Díez Fernández Lomana, J.C.; Rodríguez Marcos, J.A. (2009). «Las raíces de nuestra historia. De Atapuerca al Neolítico, Temas y Figuras de Nuestra Historia.». CajaCirculo (23). ISBN 978-84-89805-29-3. Consultado el 17 de octubre de 2022. 
  6. «The growth pattern of Neandertals, reconstructed from a juvenile skeleton from El Sidrón (Spain)». 
  7. Almudena, Estalrrich; El Zaatari, Sireen; Rosas, Antonio (2017). «Dietary reconstruction of the El Sidrón Neandertal familial group (Spain) in the context of other Neandertal and modern hunter-gatherer groups. A molar microwear texture analysis». Journal of Human Evolution. doi:10.1016/j.jhevol.2016.12.003. Consultado el 17 de octubre de 2022. 
  8. Pérez Marcos, Moisés (2018). «¿El naturalismo es un antihumanismo? La ontologia naturalista y la idea de persona humana». Fundación Emmanuel Mounier, Colección Persona (62): 125-147. Consultado el 17 de octubre de 2022. 
  9. 9,0 9,1 9,2 Megías Quirós, José Justo (2018). «Dignidad y Derecho: de la Antigüedad a la Edad Media». C. U. de Filosofía del Derecho. Universidad de Cádiz: 312-316. ISSN 0518-0872. Consultado el 17 de octubre de 2022. 
  10. Habermas, J. (2010). «La idea de dignidad humana y la utopía realista de los derechos humanos». Anales de la Cátedra Francisco Suárez: 105-121. 
  11. 11,0 11,1 Jouve De Barrera, Nicolás (2013). «“La genética y la dignidad del ser humano”». Cuadernos de Bioética XXIV: 97. Consultado el 17 de octubre de 2022. 
  12. Mithen, Steve (1998). Arqueologia de la mente. Barcelona: Cítica. ISBN 84-7423-903-6. Consultado el 17 de octubre de 2022. 
  13. Arsuaga, Juan Luis (1999). El collar de neandertal. Barcelona: Temas de Hoy. p. 312. ISBN 9788478807932. Consultado el 17 de octubre de 2022.