Demografía
Conceptos Fundamentales
Definición
La Demografía es la disciplina científica que se encarga específicamente del estudio analítico de la población humana. Lo hace fundamentalmente por medio de una metodología estadística, es decir mediante la elaboración de datos y cifras de todo tipo acerca de la población[1].
De ahí que se pueda definir como el estudio cuantitativo de la población. Con todo, esta ciencia no se inhibe, lógicamente, de realizar observaciones, esbozar conclusiones o sugerir teorías de tipo cualitativo, y adoptar distintos enfoques y planteamientos, sino que relaciona los hechos y fenómenos poblacionales con el espacio real, y pretende analizar los números en su relación con la sociedad y las distintas colectividades humanas, partiendo de la situación demográfica actual y reciente del mundo.
Con los avances de la estadística y la electrónica, y luego (en fechas aún muy recientes), con la generalización de la informática, los estudios demográficos han dado un salto exponencial en cuanto a su fiabilidad, validez y precisión, por lo que se puede concluir que es solo en el siglo XX cuando es posible hablar de una verdadera ciencia a los efectos de las recopilaciones de datos y de su posterior análisis sistemático. En ese siglo se prodigaron los estudios demográficos de todo tipo, y los hechos demográficos se fueron correlacionando con otros hechos y fenómenos de índole no demográfica, con el fin de lograr un entendimiento más cabal acerca de cómo funciona la variable demográfica dentro de un contexto mucho más amplio (político, social, económico y cultural), lo que se ha logrado con un alto grado de fiabilidad, aunque (como se verá seguidamente) esta contextualización no ha sido ni está exenta de múltiples polémicas y posturas contradictorias.
Método
La Demografía se enmarca dentro de las ciencias sociales y humanas. Se basa en las cifras y los números, e incorpora distintos modelos teóricos, ciertamente, pero su metodología fundamental es:
- la observación,
- la medición y
- la interpretación,
Esto es lo propio de las ciencias empíricas. No se debe olvidar que las cifras que proporciona la observación no lo son todo, sino que hay que saber utilizarlas. Para interpretarse correctamente, se tiene que someterse a un análisis minucioso. Pero se debe evitar un excesivo énfasis en los números y en los modelos, ya que lo importante es el análisis a partir de las cifras, y no las cifras en sí.
La labor de la Demografía no se limita exclusivamente a analizar el volumen y la estructura de la población en un momento dado. Esto aportaría una visión estática únicamente, pero la Demografía se interesa también por los aspectos dinámicos que concurren en esa población. Estos aspectos dinámicos quedan reflejados, por ejemplo, en las muchas tasas o índices que elabora la Demografía en torno a los múltiples elementos que componen una población humana, como son:
- la natalidad,
- la fecundidad,
- el crecimiento,
- la nupcialidad,
- la mortalidad,
- la estructura demográfica,
- los movimientos migratorios y
- las tendencias de futuro.
Asimismo, las poblaciones humanas se enmarcan dentro de coordenadas espaciales determinadas, a la vez que tiene que analizarse en su correcto contexto histórico, con el fin de identificar tendencias (estudio del pasado reciente y del presente) o para efectuar proyecciones (perspectivas de futuro a corto y medio plazo). Se ha de afirmar, en vista de todo esto, que la población no opera en un vacío, sino que está íntimamente relacionada con muchos factores y condicionamientos, algunos de los cuales son internos (rasgos fijos y características vitales de los individuos), mientras que otros factores son de carácter externo (condicionamientos relacionados o impuestos por diversas estructuraciones socioeconómicas, políticas, culturales y sociales).
No se puede, a la vista de esto, plantear el estudio científico de la población de modo aislado, sino que hay que analizar asimismo el contexto global en el cual se mueve esa población. El modo mismo de abordar este estudio, muchas veces, pasa a un segundo plano; aunque el demógrafo acentúe primordialmente lo estadístico y los demás científicos sociales ponen el énfasis en otros aspectos más globales, tanto el análisis cuantitativo como el cualitativo pretenden desarrollar, a partir de la medición y la observación, líneas de pensamiento que permitan entender con rigor y acierto el funcionamiento de la población y de los individuos y grupos que la componen.
Los movimiento de la población
La Demografía gira en torno a lo que Alban d’Entremont llama tres movimientos básicos:
- El movimiento natural de la población hace referencia a cómo nacen y mueren los individuos; se refiere a la natalidad, la mortalidad y el crecimiento vegetativo o natural;
- el movimiento horizontal de la población hace referencia a cómo se distribuyen y se desplazan los individuos en el espacio; se refiere a los movimientos migratorios y a sus diferentes facetas, como son la inmigración y la emigración, lo que da lugar a un saldo migratorio para un territorio determinado;
- el movimiento vertical de la población hace referencia a cómo se estructuran o componen las poblaciones en su doble faceta de estructura demográfica (según la edad y el sexo) y de estratificación social (según distinciones de status, clase u otras categorías socioculturales).
Desde la perspectiva del movimiento natural de la población, en el mundo actual se dan grandes diferencias en cuanto a la natalidad (y sus fenómenos afines, que son la fecundidad y la nupcialidad), debido a diversas causas geográficas, sociológicas, culturales y éticas, dentro de las coordenadas de una muy baja natalidad respecto a épocas anteriores. Por su parte, la mortalidad (y sus fenómenos afines, que son la morbilidad, la mortalidad específica y la esperanza media de vida), también se halla actualmente en niveles muy bajos, salvo en algunos países del llamado Tercer Mundo, fruto de la lucha eficaz y continua de los seres humanos contra la muerte. Esto da lugar a un crecimiento natural (o vegetativo, que es lo mismo) igualmente bajo, aunque hay, lógicamente, grandes diferencias entre unas regiones y otras en el mundo.
Por su parte, el crecimiento real de la población, es decir el movimiento natural acoplado a los movimientos migratorios, es un tema de gran complejidad, ya que son muchos los factores que operan sobre el desplazamiento de las personas en el espacio. Estos movimientos están relacionados con el hecho de la movilidad social y estrechamente vinculados a la sociedad globalizada que se está configurando en el mundo en el momento presente. Tras un período de cierta calma a nivel internacional, en fechas recientes se ha acentuado el volumen y la cuantía de personas que se desplazan incluso de un continente a otro (con Europa como gran centro de atracción de personas venidas desde los países menos desarrollados), lo que acentúa, a su vez, la problemática que estos desplazamientos traen consigo para la población del país receptor (racismo, xenofobia), pero también respecto de la propia población inmigrante (inserción, asimilación, integración).
En lo que se refiere a la estructuración demográfica y social de la población en el mundo actual, se contraponen dos realidades bien distintas. Por un lado, en cuanto a la estructura demográfica, los países del mundo menos desarrollados (debido a una natalidad más elevada y una mortalidad más bien baja o incluso muy baja) ostentan estructuras demográficas progresivas o jóvenes, mientras que los países del entorno occidental (con Europa en la cabeza) están abocadas al envejecimiento de sus estructuras demográficas, debido a la penuria de la natalidad que se está dando desde hace ya más de una generación. Por otro lado, estos últimos países han logrado una estratificación social mucho más justa y equilibrada en comparación con los países pobres, en los que siguen imperando estructuras sociales, económicas y políticas que denotan grandes desigualdades, con la casi ausente clase media y graves injusticias que hunden sus raíces en razones atávicas y estáticas que imposibilitan o dificultan la movilidad social en sociedades aún marcadas por distinciones tribales o de castas y la total ausencia, en muchos casos, de un sistema democrático y libre como forma de gobierno.
Hasta ahora, se ha hablado de la Demografía dentro de un contexto más bien objetivo, ateniéndose a precisiones y definiciones convencionales, y a hechos incontrovertidos. Pero este contexto y estos hechos, en Demografía (sobre todo en la segunda mitad del Siglo XX), no han sido una constante, si de objetividad se puede referir, puesto que muchos análisis demográficos, que han tenido la pretensión de presentarse como “científicos”, han adolecido de este carácter, y se han fundamentado en la ideología y en intereses creados, y no pocas veces se han asentado sobre la base de teorías “científicas” supuestamente inamovibles respecto de la población, con trasfondos poco éticos, que atentan contra los valores e incluso van en contra de la dignidad inherente de la persona humana. Podemos señalar dos de los principales movimientos en este sentido, el primero teórico y el segundo práctico, que a su vez es la consecuencia del anterior.
Momento histórico
Los intentos de asentar una “ley demográfica” supuestamente incontestable, se dejaron notar por primera vez hace casi dos siglos, en la obra de Thomas Robert Malthus (1766-1834) en su famoso Primer Ensayo sobre el Principio de la Población, publicado en 1803. Para su modo de pensar, la población constituye un factor de operatividad más o menos seguro dentro de los requisitos necesarios para asegurar un crecimiento económico que se considera a todas luces una necesidad histórica, y como tal, la población se puede (y se debe) programar, igual que los demás elementos que forman parte de ese crecimiento económico ineludible. La idea de partida de Malthus, como el título de su Ensayo indica, se apoya en la tesis de que la población humana queda sujeta a un único “principio” que regula las relaciones entre los individuos y sobre todo entre la reproducción humana y los medios de subsistencia. Malthus postula una “progresión aritmética” para los medios de subsistencia (los alimentos, sobre todo en relación con la agricultura y, dentro de ella, con el agravante de los rendimientos decrecientes), y una “progresión geométrica” para el crecimiento de la población (al ritmo registrado a finales del siglo XVIII en el Reino Unido, y con el agravante de la ausencia de frenos externos).
Eventualmente, con el correr de los años, esta ecuación se resolvería de forma desfavorable para la población, ya que después de un período relativamente corto de grandes tensiones entre la población y los recursos, durante el cual las dos progresiones irían a la par, la reproducción humana (en “progresión geométrica”) no tardaría, según Malthus, en sobrepasar la producción de alimentos (en “progresión aritmética”), dando lugar a la triple hecatombe del hambre, la peste y la guerra, que Malthus denomina de forma expresiva, el “freno positivo de la mortalidad”. Para evitar esta triple hecatombe desde la mortalidad, que él considera a todas luces inevitable (no en balde ha pasado a la historia arrastrando el apodo de “Gran Pesimista”), Malthus propone, como único remedio seguro y necesario, lo que él llama el “freno preventivo de la natalidad”, es decir el control de los nacimientos, que debería empezar, según Malthus, con las “clases sociales inferiores”, es decir con la clase obrera y con los pobres.
Malthus, pastor anglicano y profesor de Economía Política, estuvo en contra de proponer en su día (como hacen sus seguidores actuales, los neomalthusianos), unos métodos reguladores de la natalidad que fuesen contradictorios con una fe y unas normas tradicionales que él sostenía, acordes con los valores convencionales de su tiempo. Más bien, sugiere, para atajar la “progresión geométrica”, el triple “remedio” de la continencia fuera del matrimonio, el matrimonio tardío y la fidelidad matrimonial, que él llama el “freno preventivo de la natalidad”. Dado que el “principio” que él pretende haber descubierto es una realidad incontrovertible y que el control de los nacimientos es un deber imperioso (nada menos que para asegurar la supervivencia de la especie humana a largo plazo), no duda en denominar su propuesta de control demográfico, el “freno moral”.
No hace falta insistir acerca de la ingenuidad científica de la tesis malthusiana, y sobre todo, acerca del hecho incontestable de su absoluta falta de coincidencia con la realidad posterior a su elaboración hace doscientos años. La trayectoria de la natalidad no se ha enfilado en la línea explosiva que él postulaba, ni se han producido ninguna de las catástrofes que él vaticinaba como inevitables respecto de la producción de alimentos y la mortalidad. Tampoco hay indicios de que esas catástrofes se vayan a producir, sino todo lo contrario. Por lo tanto, no deja de extrañar hasta qué punto este planteamiento unilateral y dogmático, aunque muchas veces tergiversado y mal interpretado (tanto por los adeptos de Malthus como por sus detractores), sigue teniendo vigor y pujanza hoy en día, no solo en los círculos intelectuales y académicos, sino sobre todo en los ámbitos de actuación política, que es la aplicación práctica de las ideas erróneas de Malthus.
En este sentido, no cabe duda de que la aplicación de las ideas de Malthus en la práctica ha sido un factor importante en el proceso de la reducción de la fecundidad en el mundo en las últimas décadas. Esto no es porque el desarrollo necesite de la reducción de la fecundidad para alcanzarse, sino porque lleva implícito nuevos modos de vida que obran en contra de la natalidad. El descenso de la fecundidad viene acompañado, sin embargo, por otros elementos que en gran medida explican por qué no ha habido, en Occidente, solo una reducción de la natalidad, sino de hecho una verdadera quiebra de la fecundidad. Esta impresionante reducción de la fecundidad no habría sido posible si no fuera asimismo por la puesta en vigor (ya no desde las personas sino desde el estamento político), de medidas oficiales que desempeñaron y siguen desempeñando un papel clave en el cambio de mentalidades y de comportamientos que ha conducido a la quiebra de la fecundidad. Estas medidas oficiales, es decir, el conjunto de leyes y programas que tienen como finalidad provocar o propiciar cambios en los fenómenos y elementos demográficos por medio de cambios en los comportamientos de las personas, se conocen con el nombre de políticas demográficas.
Aunque estas acciones y medidas oficiales se aplican a todos los ámbitos de la sociedad, la mayor parte de las políticas demográficas en las últimas décadas del siglo XX se han centrado principalmente en torno a la llamada “explosión demográfica” y a la supuesta “superpoblación” del mundo. A tales efectos, las medidas oficiales han pretendido incidir negativamente en las tasas de natalidad y en los índices de fecundidad. Esta incidencia negativa se ha conseguido o se va consiguiendo, en gran medida, en amplias zonas del mundo, muchas veces mediante la puesta en marcha de políticas que no dejan margen de libertad a los individuos respecto de su propio comportamiento demográfico. La intrusión ha sido y sigue siendo más corriente en los países del mundo menos desarrollados, donde en ausencia de una verdadera democracia y debido a un menor grado de cultura y de formación de las gentes, en muchos casos los gobiernos han tenido menos reparos y han hallado menos oposición a la hora de obligar al cumplimiento forzoso de las leyes demográficas, en flagrante violación del derecho inherente que tienen las personas a procrear según dicte su propia conciencia y permitan sus circunstancias particulares.
En los últimos años, ha habido un cambio de énfasis en el ámbito de las políticas demográficas. Básicamente, viene a representar un cierto alejamiento de posturas inflexibles que responsabilizan a la natalidad de los problemas del mundo menos desarrollados, y un acercamiento a posturas más flexibles que incorporan otros elementos, dentro de un contexto de una mayor comprensión de la dinámica y realidad de las poblaciones humanas. Además, a pesar de haber alcanzado resultados patentes, como el fuerte descenso de la natalidad en los países del mundo menos desarrollados, está claro que las políticas demográficas antinatalistas no han sido el vehículo más eficaz para resolver los problemas económicos y sociales de esos países, y el carácter no voluntario de muchas de las medidas aplicadas puede considerarse como un atentado contra la dignidad de las personas y contra los pueblos del Tercer Mundo.
En otros lugares del mundo, concretamente en Occidente, ante el temor que provoca la llamada esclerosis demográfica y el envejecimiento demográfico, se ha dado en años recientes, la puesta en vigor de medidas pronatalistas. Estas medidas, frecuentemente, son de incentivación fiscal y de protección a la familia con el fin de fomentar la natalidad, y son voluntarias. Estas políticas pronatalistas tuvieron repercusiones demográficas verificables a corto plazo, del aumento ligero de la fecundidad en algunos países como en Francia, por ejemplo. Pero se han puesto en vigor en un clima generalizado de comportamientos y mentalidades antinatalistas, en una situación de difícil convivencia al lado de costumbres y otras políticas ya existentes y muy arraigadas que obran en contra de la natalidad (divorcios, anticonceptivos, abortos), lo cual ha reducido en gran medida la efectividad de las políticas pronatalistas. Es posible que las muchas disfunciones familiares que padece Occidente en el momento actual, hagan ineficaces estas políticas demográficas pronatalistas a un plazo más largo.
A pesar de las evidencias de las ciencias demográficas (y no de las ideologías demográficas, como el neomalthusianismo), la postura reduccionista no está derrotada, ni mucho menos. Sigue manteniendo, sin cuestionar la invalidez científica de su planteamiento, que el problema del subdesarrollo de los pueblos no se resolverá mientras no disminuya drásticamente la natalidad en el llamado Tercer Mundo. Hace del control de la natalidad, por lo tanto, una condición sine qua non para el logro del progreso económico y social del mundo. A pesar de la evidente falacia de este planteamiento, esta postura mantiene el enfoque reduccionista a pesar de los indicios contrarios y la oposición de millones de personas en el mundo: la acepta sin reparos y la propaga, como si no cupiera opinión o evidencia opuesta, desde hace más de cincuenta años. Considera que los pueblos del Tercer Mundo (las nuevas “clases sociales inferiores”) tienen que regular su fecundidad, por lo que se aconseja, imponer esa regulación desde arriba (gobiernos nacionales) y desde fuera (ONGs, organismos internacionales como las Naciones Unidas, distintas multinacionales o algunos gobiernos occidentales).
Posición Ética
En las últimas décadas, la principal voz enérgica, contundente e inequívoca de signo contrario ha sido, y sigue siendo, la de la Santa Sede, y muy particularmente la del Papa Juan Pablo II, que llevó muchos años denunciando la trama interesada de los países occidentales y las grandes multinacionales, que lucran beneficios económicos y bazas políticas sobre la base del control demográfico de las personas del Tercer Mundo. Tal vez como resultado, y ante la evidencia de la ineficacia de los planteamientos malthusianos, se ha suavizado el lenguaje en fechas recientes. Sin abandonar la postura reduccionista, el lobby antinatalista ahora reconoce la problemática del envejecimiento demográfico de Occidente (resultado directo de la desnatalidad); resalta más el respeto hacia la libertad humana, sin injerencias, coacciones y violencias; y mide más las palabras a la hora de tratar el tema de la llamada libertad sexual y el aborto. Esto es una muestra del respeto o del temor que tienen ante la postura coherente y valiente de la Iglesia Católica y de su Magisterio en defensa de la vida humana.
Bibliografía
D'Entremont, Alban (mayo 2012). «Voz Demografía». Nuevo Diccionario de Bioética (2 edición) (Monte Carmelo): 260-266. ISBN 978 - 84 - 8353 - 475 - 5.
Términos relacionados: Control demográfico, Familia, Procreación.
Referencias
- ↑ D'Entremont, 2012, p. 2012.