Principio de beneficencia

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Significado del término beneficencia, del principio de beneficencia, origen y breve historia.

El término beneficencia procede del latín bene (de bonum, bien), facere (hacer), es decir, etimológicamente significa hacer el bien. De la misma manera, el término benevolencia procede de bene (bien), volere (querer), es decir, querer el bien. El Oxford English Dictionary define la beneficencia como hacer el bien, como manifestación de la benevolencia. Podríamos enunciar el principio de beneficencia de la siguiente manera: promover el bien, evitar el mal, que como bien se podrá observar equivale al clásico adagio bonum facendum, malum vitandum. Es esta uno de las máximas morales que aparecen en nuestra conciencia de forma inmediata. Analizando los orígenes y fuentes históricas del principio de beneficencia encontramos los primeros vestigios del mismo en la ética médica clásica, en particular en el modelo propuesto por Hipócrates. En el juramento hipocrático el médico se compromete a utilizar sus conocimientos en beneficio de los pacientes. Utiliza expresiones tales como “para bien de los enfermos mientras que se alejen el mal y la injusticia” (Beauchamp, 1987). En otros escritos de Hipócrates encontramos la siguiente expresión: “Voy a definir lo que considero que es la medicina: el apartar por completo los padecimientos de los que están enfermos y mitigar los rigores de sus enfermedades, y el no tratar a los ya dominados por enfermedades, conscientes de que en tales casos no tiene poder la medicina” (Beauchamp, 1987). Se habla por tanto de favorecer, o al menos, no perjudicar. La obligación primaria del médico era la de beneficiar al paciente y limitar el mal innecesario. Casi en el mismo periodo de Hipócrates, Aristóteles desarrolla en su Ética a Nicómaco el tema de la benevolencia como una de las virtudes del hombre bueno. El hombre que tiende al bien está tendiendo a su propio fin y esto le produce la felicidad. Más adelante, ya en época moderna, numerosos autores, entre ellos J. Gregory, profesor de práctica médica en Edimburgo en el siglo XVIII, define la medicina como “el arte de conservar la salud, de prolongar la vida y de curar las enfermedades” (Beauchamp, 1987). Gregory sostiene que la medicina tiene un fin moral intrínseco y ese fin es la búsqueda del bien del paciente. Hoy en día, el modelo de beneficencia que ha inspirado la medicina clásica ha sido numerosas veces criticado por su excesivo paternalismo. Dicha crítica surge como consecuencia del desarrollo filosófico del concepto de libertad y de subjetividad que ha dominado el pensamiento de los últimos siglos. Del racionalismo ilustrado, el empirismo moderno y el subjetivismo contemporáneo deriva el prevalecer del modelo autonomista por encima del paternalista. Es verdad que el excesivo paternalismo ahoga a la persona, pero por otro lado el excesivo autonomismo en ética también puede llevar a eliminar a la persona aunque aparentemente ensalce y privilegie su libertad. Los dos tienen el mismo riesgo. La lucha antagónica ha sido debida a un ejercicio del modelo de benevolencia excluyente de la autonomía del paciente. Consideramos que un modelo moderado de autonomía no debería estar necesariamente enfrentado con de beneficencia siempre y cuando la autonomía esté orientada al bien del paciente. Ahora bien, dudamos de que el uso de la autonomía en sentido absoluto sea adecuado en la medida en que puede obrar en contra de la tendencia básica a la autoconservación (por ejemplo, un enfermo que desee el suicidio asistido). En dicho caso, el de una autonomía que elimine al mismo ser humano, que auto anule la fuente misma de la autonomía, ¿dónde está el bien del paciente? Alguien podría responder que para él su bien es morir. Aquí, como se podrá intuir, entra en juego la disolución de una ética de bienes en el horizonte de la pura subjetividad. Por contrario, somos de la opinión que es posible objetivar un bien, la autoconservación, tendencia primaria del ser humano. En este caso, consideramos que la beneficencia debe prevalecer por encima de la autonomía. Ahora bien, en un contexto cultural como el actual, donde han desaparecido la idea de hombre, de naturaleza humana y de fines intrínsecos, no queda ningún punto de referencia sobre el que hacer palanca, el único es el ejercicio autónomo de la libertad, y así sucede en nuestra sociedad actual. ¿Autonomía versus beneficencia? No, equilibrio y moderación entre las dos, referencia de una hacia la otra, autonomía orientada al bien objetivo de la persona.

Elementos del modelo de beneficencia, ética y antropología

El modelo de beneficencia se basa en un conjunto de bienes y males que subyace a sus aplicaciones. Entre los bienes que la medicina debe buscar están la salud, la prevención, eliminación de enfermedades y lesiones, el alivio de los dolores y sufrimientos innecesarios, la mejora de las minusvalías y la vida prolongada. Por otro lado, entre los males que se deben evitar está la enfermedad, las lesiones, los dolores y sufrimientos, las minusvalías y la muerte prematura. En síntesis, extremar los beneficios y minimizar o eliminar los males para el ser humano. En el modelo de Beauchamp y Chidress no se explicita la fuente de la que emanan estos deberes por parte del médico, esto ocasiona que en casos de conflicto no se sepa qué modelo seguir, si el de autonomía y el de beneficencia, debiendo crear excepciones para casos concretos de aplicación. En cambio, desde una perspectiva distinta, aquella que tiene una fundamentación antropológica en la que el ser humano tiene unas tendencias fundamentales y unas características estructurales, es posible afirmar que la beneficencia es el fundamento, en sentido etimológico, que fundamenta, el resto de los principios. ¿Podría darse autonomía sin el bien de la vida del individuo? ¿Podría existir la justicia? Desde un punto de vista ontológico (en el orden del ser), no sólo cronológico, para que puedan darse la autonomía y la justicia es necesario el bien del paciente como elemento fundamental. Es así como lo expresa Sgreccia: la beneficencia debe ser entendida como deber primario de sanar, cuidar y satisfacer las necesidades vitales de una persona, sólo después, tendrán sentido el ejercicio de la libertad y de la justicia. No hay libertad ni justicia sin vida (Sgreccia, 2000). De todo lo dicho anteriormente se derivan una serie de conclusiones: primera, la necesidad de observar el ser humano y determinar aquello que es fundamental y que antecede en el plano ontológico a la libertad, y esto es la vida. Segunda: establecer como deber primario aquel de satisfacer y buscar el bien de la persona en su integridad, no reducido al bien físico sino también al psíquico y al espiritual, en su concreta situación personal, familiar y social. Tercera: considerar la importancia de la libertad, o autonomía, pero no en sentido absoluto, es decir, desligada del bien del ser humano, sino en relación a este, es más, como manifestación de su racionalidad intrínseca. Cuarto: permitir el ejercicio de la libertad de decisión siempre y cuando dicho ejercicio esté finalizado el bien de la persona y nunca a su anulación. De la misma manera que no dejamos que uno se tire desde un décimo piso, tampoco deberíamos dejar que un enfermo se quitara la vida. Quinto: en circunstancias en las que la actuación médica ya no pueda ejercerse para sanar a la persona y sea ineludible su fin, es lógico, lícito un deber ayudarla a que esos momentos sean lo más llevaderos posibles con el apoyo no sólo médico sino psicológico y afectivo.