Ecología
Introducción[editar | editar código]
El término ecología fue empleado por primera vez en 1866 por el zoólogo alemán Haeckel, con la palabra oecology que luego fue transformada por la palabra ecology. Con este término designa la ciencia que estudia las relaciones entre los seres vivos y el medio en el que viven. Etimológicamente, asocia las palabras griegas “oikos” y “logos” y significa: ciencia de la casa, del hábitat o la economía de la naturaleza. Científicamente tiene su origen en la Historia Natural o estudio de la naturaleza, actualmente olvidada. En 1927 Charles Elton señalaba que “la ecología es un nombre nuevo de algo muy antiguo” refiriéndose principalmente a la Historia Natural. Sin embargo, la ecología no solo se queda en un conocimiento de la naturaleza o de los seres vivos, sino que une varios saberes dispersos como la demografía y la fisiología hasta el paisaje geográfico con una tendencia a lo global y a la generalización.
Tradicionalmente, esta ciencia sigue dos líneas principales de estudio:
- La primera, denominada autoecología, estudia las relaciones entre las especies y el medio englobando la ecología de los factores ambientales (ambiente fisico-químico) y la ecología de las poblaciones o demografía. Esta línea incluye el estudio de las relaciones de una especie en concreto con su medio.
- La segunda línea de estudio es la llamada la sinecología que abarca la ecología de las comunidades (biocenosis) y la ecología de los ecosistemas. La sinecología aborda el estudio conjunto de toda la comunidad de seres vivos que viven en un área determinada y bajo unas condiciones dadas.
Los sistemas objeto de la ecología son los ecosistemas. El concepto de ecosistema fue introducido por Tansley (1935): los ecosistemas, como nosotros los denominamos, son sistemas físicos de diverso tipo y tamaño. Constituyen una categoría dentro de los numerosos sistemas que pueden diferenciarse desde el Universo hasta el átomo.
Un ecosistema está formado por componentes biológicos (organismos, materia orgánica) y por componentes inorgánicos (energía), que coexisten en un lugar manteniendo unas relaciones recíprocas y en las que pueden cuantificarse unas “entradas” y “salidas” de materia y energía. En un ecosistema, la energía fluye desde el sol u otra forma externa, pasa a través de la comunidad biótica y su trama alimentaria y sale del ecosistema en forma de calor, materia orgánica y organismos producidos en el ecosistema.
Desde el punto de vista del ecólogo, los ecosistemas son las unidades básicas de la naturaleza. La delimitación del ecosistema es función del objetivo del investigador. El ecosistema, más que una unidad concreta, es un nivel de organización cuya perspectiva se aborda el estudio de la estructura y función de una parte cualquiera de la naturaleza. Un árbol, una charca, una ciudad, un continente, incluso la biosfera que constituye un vasto ecosistema dentro del que pueden distinguirse un conjunto de ecosistemas subordinados unos a otros y relacionados entre ellos por flujos más o menos intensos de materia y energía.
Los métodos de estudio en ecología son enormemente variados, pero todos relacionados con una capacidad de manejar y tratar simultáneamente un gran volumen de datos para el comprensivo estudio de la estructura y función de la naturaleza.
La ecología se ha convertido en una de las ciencias de mayor popularidad. Por una parte se ha negado la existencia como rama independiente del saber y se habla de una manera de pensar. Otros han banalizado confundiéndola con un movimiento sociopolítico: el ecologismo, y, por otro, se le tacha a menudo de ciencia demasiado compleja de abordar.
Definición[editar | editar código]
La Ecología es la ciencia, rama de la biología, que estudia las interrelaciones de los diferentes seres vivos entre sí y con su entorno[1].
De este modo, estudia cómo estas interacciones entre los organismos y su ambiente afectan a propiedades como la distribución o la abundancia. En el ambiente se incluyen las propiedades físicas y químicas que pueden ser descritas como la suma de factores abióticos locales, como el clima y la geología, y los demás organismos que comparten ese hábitat (factores bióticos).
Ecología Humana[editar | editar código]
En la década de 1920 el denominado “grupo de Chicago” (sociólogos y periodistas que imparten clases en el departamento de sociología de la Universidad de Chicago) empieza a publicar en revistas artículos que incluyen el término de ecología humana. En dicho término tratan de plasmar las complejas interrelaciones de la población humana con el medio, es decir tratan la relación entre la ecología y la sociología. Esta rama ha tenido una producción muy dispar en sus temas, además de no haber tenido un desarrollo muy amplio.
Al observar sociológicamente la vida en una ciudad y la influencia del espacio urbano y la ordenación territorial, a la ecología humana muy a menudo se le llama también ecología urbana. Esta disciplina aplica el modelo de ecosistema al estudio de las sociedades urbanas, tomando a estas como un todo global interrelacionado. El ecosistema urbano estaría como todos los ecosistemas definido por su biocenosis (conjunto de especies que viven en la ciudad) y su biotopo (factores que definen al marco vital de determinados animales o plantas). Dentro de la biocenosis, el hombre es tratado como cualquier otra especie, si bien más activa por su capacidad de crear cultura. La ecología urbana trata fundamentalmente de construir un modelo de interpretación de la sociedad, partiendo del supuesto de que los niveles técnicos, económicos, sociales e ideológicos son el resultado de una previa adaptación de la cultura humana al medio ecológico.
Los antiguos filósofos griegos, como Hipócrates y Aristóteles, sentaron las bases de la ecología en sus estudios sobre la historia natural. Los conceptos evolutivos sobre la adaptación y la selección natural se convirtieron en piedras angulares de la teoría ecológica moderna transformándola en una ciencia más rigurosa en el siglo XIX. Está estrechamente relacionada con la biología evolutiva, la genética y la etología. La comprensión de cómo la biodiversidad afecta a la función ecológica es un área importante enfocada en los estudios ecológicos[2].
Los ecólogos tratan de explicar[3]:
- Los procesos de la vida, interacciones y adaptaciones.
- El movimiento de materiales y energía a través de las comunidades vivas.
- El desarrollo sucesional de los ecosistemas
- La abundancia y la distribución de los organismos y de la biodiversidad en el contexto del medio ambiente.
Crisis ambiental y el origen de un nuevo paradigma[editar | editar código]
El origen de la problemática ambiental, o al menos de su extensión hasta convertirse en un problema global, no puede desligarse de la revolución industrial, en el último tercio del siglo XVIII y la evolución de esta hasta transformar la sociedad en una sociedad de consumo. La continua expansión asociada al industrialismo supuso una constante elevación de las tasas de consumo, y el deterioro ambiental que iba a traer asociado este modelo de desarrollo no tardaría en hacerse evidente.
En los años sesenta y setenta comienzan las denuncias por parte de los movimientos ecologistas sobre el deterioro de la naturaleza que se observa en todo el planeta como:
- La contaminación.
- El calentamiento global.
- La lluvia ácida.
- La desforestación.
- La desertización.
- Entre otros muchos.
Los cambios de la Revolución Industrial también provocaron transformaciones en el trabajo, surgiendo los movimientos sociales, partidos políticos o sindicatos. La visión sociológica de esa época era creer que la especie humana estaba exenta de las leyes que rigen las otras especies vegetales y animales y no se reconocía, por tanto, la dependencia del sistema económico en una naturaleza y con unos límites naturales. Este viejo paradigma de la sociología denominado HEP (Human Exceptionalism Paradigm) daría paso motivado por la revolución industrial y la crisis ecológica a enmarcar un nuevo paradigma sociológico denominado NEP (New Environmental Paradigm).
Las ciencias sociales amplían su visión del hombre y pasan de tener a este o a la sociedad como centro de todas sus explicaciones (HEP) a reorientarse hacia una perspectiva más holística capaz de conceptualizar los procesos sociales en el contexto de la biosfera (NEP).
De este modo, a lo largo del último cuarto de siglo, las principales ideologías político-económicas, sociales y filosóficas se reformulan desde un paradigma NEP.
- El marxismo se pinta de verde afirmando que la crisis del capitalismo tiene su origen en la destrucción de las condiciones necesarias de trabajo: los recursos naturales y la salud de las fuerzas del trabajo.
- El capitalismo liberal da lugar a un capitalismo verde y pasa a valorar económicamente el medio ambiente y a confiar en el efecto regulador del mercado para lograr una mejor calidad de vida.
Junto a estas corrientes político-económicas, otras de carácter social también adoptan el paradigma NEP:
- El primero es el feminismo, cuyo primer objetivo era acabar con la inferioridad de la mujer respecto al hombre, pasa a generar una corriente cuyo objetivo es el de tratar de interpretar la crisis ambiental en términos de marginación de los valores femeninos como el cuidado en relación con la naturaleza. La violencia contra la mujer y contra la naturaleza tienen un origen común: el sentido de dominio e inmediatez masculino[4].
- El segundo movimiento social es el de la lucha por los derechos civiles y contra la discriminación entendida como la exposición desproporcionada de las minorías a los peligros ambientales. Se reinvindica proponer un justo reparto de las cargas contaminantes (“justicia ambiental”) tras comprobarse que tanto las minorías como los países menos desarrollados son frecuentemente víctimas de la exposición a peligros ambientales por envío de basuras nucleares o la construcción por ejemplo, de incineradoras o tendidos de cables de alta tensión en proximidades de barrios habitados por dichas minorías.
Las filosofías y las concepciones éticas también se han visto desplazadas por el paradigma HEP al NEP. Principalmente, existen dos sistemas filosóficos enfrentados al discutir sobre la posición del hombre en la naturaleza: esta posición puede ser antropocéntrica o biocéntrica.
- El antropocentrismo, resalta la centralidad del ser humano en todas sus actuaciones.
- El biocentrismo, afirma el valor intrínseco de todas las cosas sobre la tierra.
En las versiones extremas de ambas posturas, el antropocentrismo considera que el individuo es lo único importante en el mundo, y en consecuencia todo lo demás no tendría más que un valor instrumental mientras que el biocentrismo iguala la especie humana a cualquier otro negando el valor de la individualidad humana.
Esta posición biocéntrica se conformó definitivamente en 1979, momento en el que la tierra es observada a través de una serie de fotografías desde el espacio por primera vez; a raíz de estas, el geólogo James Lovelock formula la denominada hipótesis Gaia[5] recuperando la idea de la madre tierra (Gaia), y la define como “un sujeto vivo, consciente y capaz de sentir” al contrastar que “es la vida la que fabrica en gran medida su propio ambiente”.
Dentro de las posturas antropocéntricas “débiles” se encuentra el llamado “ecologismo personalista” que afirma que la relación entre hombre y naturaleza no debe ser de dominio incontrolado sino de cuidado y diligente administración, la relación no debe ser de exclusión, o una u otra cosa, sino de colaboración, de simbiosis, de cooperación. El ecologismo personalista ve al hombre dentro de la naturaleza, dependiendo del resto de los seres vivos, pero al mismo tiempo dotado de una misma excelencia. Considera la protección de la naturaleza como inseparable de la protección de los individuos, defiende la prioridad de la persona cuya naturaleza queda a su servicio, y propone la familia como lugar de educación para la solidaridad y el cuidado. Desde la perspectiva del ecologismo personalista, el principal problema ambiental es la persistencia de condiciones infrahumanas de vida, y las soluciones pasan por el respeto a los derechos humanos, especialmente por el derecho fundamental a la vida y por el desarrollo personal en la familia.
Actualmente, el debate en torno a las posturas filosóficas esta aún abierto. Existen numerosos grupos de investigación desde biólogos, sociólogos, juristas, filósofos y teólogos trabajando en lo que se denomina ética ambiental pero sin un consenso en la definición de este nuevo paradigma ético.
Desde un plano superior a los debates filosóficos, hay cada vez más autores que apuntan una salida a esta confrontación entre el antropocentrismo y biocentrismo en la perspectiva solidaria: “La crisis ecológica pone en evidencia la urgente necesidad de una nueva solidaridad”[6].
Esta solidaridad debería ser entendida como principio básico que rija cualquier actuación técnica, social, económica y política, no solo como expresión de la fraternidad humana en todos los campos de la convivencia y como respuesta al principio de justicia social, sino también como “solidaridad entre todas las criaturas por el hecho de que todas tienen el mismo Creador, y que todas están ordenadas a su Gloria”[7].
Movimiento ecologista[editar | editar código]
Los movimientos ecologistas tienen su origen en una tradición cultural norteamericana crítica con el progreso y la devastación de la naturaleza, especialmente en el oeste americano. Uno de sus principales inspiradores fue Henry David Thoreau, discípulo de Emerson (1940). Thoreau[8] plasma en su tratado “Walden: o la vida en los bosques” (1854) la necesidad de vivir en armonía con la naturaleza, un clásico de la literatura americana que inculcó un amor a la naturaleza antes no explícitamente expresado.
En el siglo XIX hay ejemplos de entidades y asociaciones naturalistas que venían trabajando por la conservación del entorno, como la asociación Sierra Club fundada[9] por John Muir, promotor de la figura de Parques Nacionales. En 1949 se publica la obra A Sand County Almanac, de Aldo Leopold, profesor de gestión de recursos naturales de la Univesidad de Wisconsin. En el epílogo del libro, titula do Land Ethics, Ética de la Naturaleza, explica cuál debe ser la postura del ser humano frente a la naturaleza: “la ética de la tierra cambia el papel del Homo sapiens de conquistador del planeta a miembro de su comunidad”.
Leopold, que algunos autores le consideran el precursor del biocentrismo, abre una nueva vía que enfrenta radicalmente la concepción antropocéntrica dominadora: “la conservación no va a ninguna parte, porque es incompatible con nuestro abrahámico concepto de la tierra. Abusamos de la tierra por que la miramos como si nos perteneciera. Si la mirásemos como una comunidad a la que pertenecemos, empezariamos a utilizarla con amor y respeto”.
Posteriormente, fueron científicos aislados los que comenzaron a publicar obras que causaron gran impacto a nivel mundial. Autores como Raquel Carson que en 1963 denunció el riesgo de los pesticidas en su libro Primavera Silenciosa o Paul R. Ehrlich en 1968 con su obra Population bomb, fueron entre muchos otros los que comenzaron a propagar entre las sociedades más industrializadas de Occidente los problemas ecológicos del planeta.
Son en los años sesenta donde se produce la proliferación de grupos organizados cuyo objetivo era el de concientizar y denunciar que el crecimiento industrial sin límites, el consumismo y la demografía debían de detenerse en un punto, u ocasionaría la destrucción del planeta. Surge lo que se denomina como “ecologismo” término que se aplica al conjunto de iniciativas muy heterogéneas y dispares que se preocupan activamente de defender la naturaleza. En los primeros años el denominador común de las protestas fue el pacifismo y la condena de la energía nuclear. Actualmente se centran en denunciar los modos de desarrollo en campos de la economía, la política, llegando al terreno de la moral. El filósofo noruego Arne Naess (1973) fue el primero en utilizar el término Ecología Profunda, Deep Ecology[10], como la actitud que adoptan muchos ecologistas cuyo pensamiento responde a fundamentar el igualitarismo biológico y el carácter espiritual de toda la naturaleza.
En el ámbito de la política ha habido movimientos políticos que han acogido las protestas ambientales. Durante la revolución industrial los que defendían la vida natural, eran especialmente los anarquistas. Sin embargo, no fue algo concreto hasta 1974 cuando la Federación de Amigos de la Tierra en Europa[11] (“Amigos de la Tierra” creada a raíz de una escisión de la citada organización “Sierra Club”) decidió presentarse a las elecciones nacionales en Francia. Los 300.000 votos que consiguieron hicieron subir la popularidad del movimiento ecologista en general.
Simultáneamente en Alemania los grupos ecologistas comenzaron a presentarse a las elecciones en 1979 bajos los nombres de “Lista Verde”, “Lista Multicolor” o “Alternativos” llegando a tener éxitos electorales a nivel regional. Estos éxitos hicieron que se planteara la necesidad de crear una estructura política estable a nivel nacional fundando en 1980 el “Partido Verde” con la emblemática Petra Kelly[12] entre sus fundadores.
Los ecologistas europeos no solo han ocupado las noticias de la prensa por sus éxitos electorales, sino por sus formas de lucha y reivindicaciones altamente llamativas. Se podría decir que el tema del pacifismo, la lucha contra la carrera armamentística y la lucha antinuclear fueron de actualidad en la época de los años 80, durante la guerra fría.
Actualmente el debate se centra en el ámbito ideológico (en el sentido más literal del término) sobre la relación hombre-naturaleza (por ejemplo: implantando el término desarrollo sostenible), llegando a extremos de crear una religiosidad laica basada en un panteísmo evidente.
La forma en la que el ecosistema influye o determina el comportamiento o las características del ser humano y su población y al revés, sigue siendo en gran medida una incógnita:
- Para algunos autores la especie humana se encuentra dentro de un equilibrio de población dinámico que va transformando el medio a medida de las necesidades del ser humano.
- Para otros, a largo plazo la presión que ejerce el crecimiento, la expansión y las transformaciones del ser humano sobre otras poblaciones y el medio harán que la especie humana sufra como cualquier otra especie una inversión en su dinámica poblacional hasta volver a una posición de equilibrio.[5]
En cualquiera de los casos, el análisis de los seres humanos y su relación con sus ecosistemas está indefectiblemente sujeto a unas limitaciones comunes con el resto de los seres vivos. Se halla enlazado en una trama alimentaria de idéntica naturaleza a la del resto de los seres vivos, que en última instancia depende de la energía que es aportada externamente al sistema. Ante este hecho existen unas líneas de estudio seguidas por ciertos ecólogos que cuantifican en términos de materia y energía los intercambios que realiza el hombre en el ecosistema. Emplean el método científico utilizado en ecología reduciendo al hombre a un elemento biológico sin tomar en cuenta la libertad y la racionalidad propias de “ese elemento biológico”. Esta línea de investigación tiene el fallo de prescindir de características esenciales del objeto de su estudio, el hombre.
También existen intentos de estudiar la ecología desde parámetros evolutivos ciertamente necesarios. La ciencia no podría, no estaría capacitada para demostrar si la evolución es obra del ciego azar o si representa el desarrollo histórico de algún tipo de causa o proyecto. Por ello, el estudio de la evolución entendido como un puro accidente de la naturaleza por azar volvería a cometer los mismos errores por reduccionismo antes comentados. En cambio, si se enmarca el estudio de las relaciones de la naturaleza y el hombre atendiendo a su origen misterioso y a una posible “intencionalidad” de la creación, la ecología pudiera volverse mucho más rica en sus planteamientos y estudios.
Los seres humanos son la única especie que se preguntan a sí mismos sobre su origen y su destino. Son los únicos a quienes la existencia de ideas, adquiridas por abstracción, inferencia o deducción, les permite buscar causas, razones, finalidad, valor estético o ético, todo lo cual no se encuentra en el reino animal. El individuo que reúne estas características suele recibir desde el punto de vista filosófico el nombre de persona. Sin la consideración moral del ser humano como persona, tan palpable y real, y si se quiere misteriosa, como su dimensión biológica y ecológica, el individuo acaba concibiéndose tan solo como una rueda de una máquina social o echosistémica.
Europa y la política de "reutilización"[editar | editar código]
Menos del 40% de los aparatos electrónicos se reciclan. El resto va a parar a vertederos en sitios como África, donde la basura de este tipo coopera con la contaminación del medio natural y expone a la población a materiales peligrosos para la salud. Si se calcula que, de seguir al ritmo actual, la UE puede llegar a generar un 70% más de residuos de aquí a 2050, se entenderá la urgencia de frenar esta dinámica del despilfarro.[13]
Es lo que pretende hacer la denominada economía circular. “A los ciudadanos –señala el Plan de Acción–, la economía circular les ofrecerá productos de alta calidad, seguros y funcionales, además de eficientes y asequibles, diseñados para ser reutilizados, reparados y reciclados”. La idea es que, lo que se compre, dure más. Respecto a los teléfonos móviles, a día de hoy suceden dos cosas: por una parte, la tentación es aburrirse pronto de lo que se ha comprado, al punto de que tres cuartas partes de quienes poseen uno lo desechan antes de que se rompa, y ordenan uno nuevo –los japoneses lo hacen cada 9 meses, los europeos cada 15, y los estadounidenses cada 18–. Por otra, y es lo contradictorio, el informe europeo asegura que a dos de cada tres residentes en la UE le gustaría seguir utilizando sus dispositivos digitales por más tiempo, siempre que su funcionamiento no haya ido a peor. De momento, ¿Qué impide que sea así? Pues un problema “de fábrica”: la obsolescencia programada.[13]
Bajo el principio de la obsolescencia programada, el fabricante de un producto –en este caso, un electrodoméstico o un teléfono móvil– evita dotarlo de propiedades que puedan garantizarle una vida útil prolongada. Según esta concepción, producir una nevera que dure 30 años no está fuera del alcance de la empresa, que cuenta con los medios tecnológicos para ello, pero diseñarla de este modo implicaría que el comprador no regresara a la tienda en tres décadas.[13]
Puede ocurrir, además, que el artículo en cuestión sufra alguna rotura a los tres o cuatro años. Como en ese periodo el fabricante ha sacado al mercado nuevos modelos, apenas hay piezas de repuesto para sustituir las dañadas en el aparato ya “antiguo”, o son demasiado caras, tanto como lo es la mano de obra. Todo ello convence al usuario de que resulta más económico comprar un artículo nuevo, con lo cual ganan el productor y la tienda, pero pierden los consumidores y el medio ambiente. Hasta ahora, sin embargo, ha habido diferencias en el modo en que se concibe la posibilidad de extender la vida útil de unos equipos y otros: si la nevera realiza ahora lo mismo que realizará en el 2030 (enfriar los alimentos para conservarlos en buen estado), los móviles y otros aparatos de alta tecnología “caducarán” con mayor rapidez. Es posible que no suceda este “inevitable destino”, como muestra el acuerdo al que llegó Apple con sus usuarios para cerrar un caso por la obsolescencia programada de sus iPhones. En 2017, la empresa admitió que ralentizaba a propósito sus móviles a medida que estos acumulaban años de funcionamiento. Con 500 millones de dólares, a razón de 25 dólares por usuario, la compañía de la manzana deja atrás la polémica. Aunque la mayoría de los smartphones pudieran ser fabricados de manera que duraran significativamente más, los comportamientos de compra de los consumidores y la percepción de su vida útil suelen estar como en foto fija, señala Justine Baulé, de la Universidad de Ottawa. En su opinión, sería oportuno trabajar en la mayor durabilidad de los componentes de los móviles, para que estos pudieran mantener su valor y se redujeran sus costos de renovación y reparación. Al hacerlo, se ganaría en retención, se preservarían recursos (cada smartphone está compuesto de un un 10% de cobre, un 20% de aluminio, un 15% de otros metales – incluido oro–, un 35% de plástico...), se reduciría el desperdicio, los consumidores ahorrarían y las tecnológicas crearían nuevas fuentes de ganancias, ampliando los servicios de reparación, por ejemplo, o volviendo a comercializar aparatos de segunda mano con el software actualizado. [13]
No destruir lo que sirve[editar | editar código]
La Comisión Europea quiere que intenciones como las anteriores se traduzcan en normas concretas. En el documento, Bruselas aboga por que se mejore:
- La durabilidad de los bienes de consumo.
- Que aumente su capacidad de ser reparados.
- Que se incremente en su elaboración el porcentaje de componentes reciclables.
- Que se restrinja el empleo de aquellos de un solo uso y la obsolescencia prematura. [13]
De igual modo, pretende que se prohíba la destrucción de los bienes que estén en buen estado y que no se hayan vendido, para que de esa manera se incentive el modelo de “producto como servicio”, en el que el fabricante asume la responsabilidad por todo el ciclo de vida útil de su mercancía. Bruselas trabajará además para establecer la reparación como un nuevo derecho, que garantice a los consumidores la disponibilidad de componentes y de sitios adonde llevar sus equipos si necesitan arreglos, así como una mejoría de sus servicios. Una “Iniciativa sobre Electrónica Circular” agrupará todos los instrumentos nuevos y ya creados en esta área. La adopción de la perspectiva circular puede arrojar resultados rápidamente en ámbitos como, por ejemplo, el empleo. Según el Plan de Acción, entre 2012 y 2018 el número de puestos de trabajo en este tipo de economía creció un 5% en la Unión Europea, hasta alcanzar los cuatro millones. En cuanto a los ecologistas, han dado la bienvenida al Plan. Jean Pierre Schweitzer, del European Environmental Bureau, una red que agrupa a organizaciones de este corte, dice al New York Times que “las medidas que desea tomar la Comisión respecto a los productos y su reparación son muy, muy buenas”. “La gente está preparada para ellas", asegura, si bien echa en falta que Bruselas no fije objetivos de obligatorio cumplimiento, que posibiliten verificar la reducción del consumo de recursos.[13]
Bioética y Ecología[editar | editar código]
La Bioética nunca se ha ocupado exclusivamente del “bios” en cuanto “bios humano” –y, por lo tanto, solo de la salud humana– sino que siempre del bios como característica de todo sistema viviente[14]. En este sentido parece bastante exacto identificar bioética y ecología. Si bien la Bioética y la ética médica son unas de las áreas temáticas más importantes de esta disciplina[15].
Las similitudes, pues, se encuentran también a nivel de la historia de las dos disciplinas y de las causas que favorecieron sus nacimientos: los acontecimientos históricos que llevaron a los pensadores del siglo pasado a repensar la relación con los seres vivos, a partir de los puntos de vista de la ética ambiental y la bioética, son, de hecho, los mismos. Estos incluyen:
- La capacidad de producir acciones con un efecto duradero en el tiempo[16].
- El rápido desarrollo tecnológico.
- El temor que éste poder generó.
- La posibilidad de un cambio radical en la naturaleza (y en la naturaleza humana).
- La sobrepoblación del planeta.
- El agotamiento de los recursos.
- El cambio climático.
- Etc.
Uno de los temas a analizar y a debatir entre la bioética y la ecología sería la fractura externa entre hombre y naturaleza[17]. Otro sería, adivinar que están llamados a hacer frente a la alternativa de una educación con valores ecológicos y de una educación con virtudes ecológicas (es decir, en una forma de ser).
El diálogo que sería posible fomentar entre la bioética y la ecología sería profundo. No se trata de un ‘tibio activismo’, orientado principalmente a hacer; se debe apuntar a un cambio radical de la disposición interior, determinado por el conocimiento y la libertad, y, por lo tanto, orientado al ser. Una educación ecológica real es principalmente una educación a los cambios estables en las disposiciones interiores (o sus fortalecimientos), de modo que pueda, en segundo lugar, cambiar también la acción humana práctica[14].
En este sentido el desarrollo actual de la ecología ha abierto nuevos desafíos para la reflexión filosófica contemporánea[18]. Ya no es posible interpretar la naturaleza humana a partir de una reflexión sobre el hombre como un ser aislado de su ambiente. El paradigma de ecología humana que se presenta aquí quiere heredar la reflexión sobre la filosofía de la naturaleza (y también sobre la filosofía de la naturaleza humana), proponiendo la cuestión ecológica actual como un tema eminentemente antropológico: el lugar del hombre en el cosmos indica asimismo su esencia. Esta tarea obliga a replantear la especificidad del ser humano en relación con el mundo a través del tema del habitar, que invita a reflexionar sobre las actividades del custodiar y del construir la casa. Se hace así posible replantear el tema ecológico actual como una crisis predominantemente antropológica: para sanar la herida del ecosistema, primero hay que curar la fractura dentro del hombre.
Bioética en ecología sugiere el nacimiento de una nueva mentalidad, que plantea entre otras cosas una cierta ascesis humana en relación con el ambiente que los rodea, basada en la moderación, el renunciamiento al consumismo brutal que trata de convertir en necesidad primaria lo que la mayoría de las veces es solamente superfluo.
La evolución social y económica afecta en el proceso de globalización existente a todos los niveles de la existencia. Su desconocimiento condiciona la calidad de la relación con las personas y con el entorno. Paralelamente a esto, el concepto de justicia social no está -y no podría estar- fuera del problema del medio ambiente[19].
Texto de referencia[editar | editar código]
- Martín, María Ángeles (Mayo 2012). «Voz:Ecología». Simón Vázquez, Carlos, ed. Nuevo Diccionario de Bióetica (2 edición) (Monte Carmelo). ISBN 978-84-8353-475-5.
Otras voces[editar | editar código]
Bibliografía[editar | editar código]
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- Ballesteros, Jesús (1995). Ecologismo personalista. Madrid: Tecno. p. 119. doi:10.21555/top.v9i1.468.
- Ballesteros, Jesús; Pérez Adán, José (199). Sociedad y Medio Ambiente. Madrid: Trotta. ISBN 8481641642. doi:10.5565/rev/papers/v53n0.1908.
- Martínez de Anguita, Pablo (2002). La Tierra Prometida. Pamplona: EUNSA. p. 352. ISBN 978-84-313-1998-4.
Referencias[editar | editar código]
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- ↑ Odum, E. P.; Barrett, G. W. (2005). «Fundamentals of Ecology. Brooks Cole).». Brooks Cole.
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- ↑ Juan Pablo II (1 de enero de 1990). Paz con dios creador, Paz con toda la creación. Vaticana. Consultado el 08 de mayo de 2020.
- ↑ Catecismo de la iglesia católica. Vaticana. Consultado el 08 de mayo de 2020.
- ↑ «Henry David Thoreau». Wikipedia. 24 de abril de 2020. Consultado el 08 de mayo de 2020.
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- ↑ Harding, Stephan. «¿Qué es la ecología profunda?». schumachercollege. Consultado el 08 de mayo de 2020.
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- ↑ Neira, Jorge Martín (1993). «¿Quién fue Petra Kelly?». Ecopolitica. Consultado el 08 de mayo de 2020.
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